POR EL PLACER DE VOLVER A VERLA
Por el placer de volver a verla é o título da obra de teatro de Michel Tremblay interpretada polo noso admirado Miguel Ángel Solá e a súa muller, a tamén estupenda actriz Blanca Oteyza (fai click aquí), que quixemos ver o ano pasado co grupo de alumnas de 2º de Bacharelato, mais a súa xira galega chegou unicamente a Vigo e Pontevedra e somentes unha das profesoras coordinadoras do club puido vela. No comezo deste curso Por el placer de volver a verla volta de novo a Galicia, a Ourense, Santiago, A Coruña... e o grupo de ex-alumnos e ex-profes poderemos gozar coa maxistral parella de actores, a quen algunha das profes que coordina o club xa vira hai tempo nunha desas obras imprescindibles: Os diarios de Adán e Eva, de Mark Twain.
2 comentarios
isabel -
Anna Barjau (Talía) -
CALIFICACIÓN: * * * * * por Anna Barjau (Talía)
Dos únicos personajes, con toda una obra para brindarse el uno al otro. Descubriremos que son entrañables. Nana -Blanca Oteyza-, es, a la vez, el motivo del amor y de la nostalgia del otro, y madre de Miguel, ese otro -Solá-, el escritor teatral en busca de un tiempo pasado que no debe perderse.
Ella -reconoce él-, ha sido su impulso hacia una manera de vivir, y es hoy su inspiración. Y va a contar el por qué, contándose a sí mismo y haciendo que ella se cuente. Ella, su madre, fue quien le enseñó a amar la lectura y el teatro.
Nada por aquí, nada por allá (como en El zoológico de cristal, pero con humildad y dicha), y de su manga de escritor ya consagrado, sale un único as, el del triunfo: ese que le regaló la vida por parto y por palabras.
Así de sencillo.
De ahí en más, la alegría de ser diferentes se adueña del escenario. Y de la platea.
Tras el arrollador éxito de Hoy: el diario de Adán y Eva, de Mark Twain -obra con la que reinventaron el amor para más de un millón y medio de espectadores, durante casi una década-, y tras un paréntesis no querido de tres años, vuelven a reencontrarse sobre un escenario, optando por un texto bello -lleno de gracia, ternura e inteligencia-, de Michael Tremblay, que logra hacer diana en el corazón de los espectadores.
Nuevamente bajo la dirección exquisita del también autor Manuel González Gil (Hoy: El diario de Adán y Eva, de Mark Twain), estos enormes actores nos ofrecen deliciosos fragmentos rescatados de la vida compartida por el propio dramaturgo y su madre.
Teatro dentro del teatro, dicen algunos, vida dentro de la vida, digo yo.
Por el placer de volver a verla nos presenta a un autor feliz de retorcerle el brazo a la mala muerte, y a una madre extremadamente fantasiosa -para que la vida no le doliera tanto, la excusa Tremblay-, y excesiva («hay razones que el corazón no entiende», excusaba a su vez don Shakespeare a los emocionales, y Nana es un ejemplo ejemplar) en su desaforada manera de educar al niño, tratar de contener al adolescente, o ubicar al nunca adulto Miguel. De esos diálogos, y por eso mismo, surge la risa franca del espectador, y, debido a otras situaciones, que no debo desvelar, la lágrima, tan franca como la risa.
El autor es consciente de que «alguien es único cuando logra despertar en el otro el placer de volver a verle». Pese sus rarezas, Nana es un poderoso imán, un delirio singular, un amoroso estado maternal en el que todo vale -menos el desprecio, la agresión, la indiferencia y la falta de respeto- para alejar el miedo de ser madre, que es la madre de todos los miedos. No importa cuanto deba caer en el ridículo por amar a ese hijo -a todas luces suyas indefenso- y protegerle de todo mucho más de lo necesario. Nana es una madre casi como todas las madres, aunque con un plus de excepcionalidad: su hijo, la resucita transformándola en personaje, y la libra de las garras de una dolorosa, angustiosa y degradante muerte. Miguel no hace de Dios, pero propone a través del teatro rectificar ese error de Dios al habérsela llevado («Quiero irme como viví y no puedo. ¿Por qué esta angustia si todo ha sido ganancia?»), tan en sombras, a ella, que era toda luz. Aquí, en esta función, al igual que en Hoy: El diario de Adán y Eva, de Mark Twain no se hallarán rastros de conflictos, desgarros ni tragedias; sólo disfrutaremos de vitales sentimientos, retazos del alma humana que prefiere hablar en el idioma que le pertenece. En eso, tanto Oteyza y Solá como su director, suelen ir a trasmano de todo lo que se hace, entregándonos, además, un ejercicio teatral enorme y una mirada al interior de personajes aparentemente cotidianos, pero que ellos elevan por encima de la realidad, para conducirlos, con cuidados únicos, por el camino de la verdad teatral.